El deseo humano es un deseo imperfecto,
está plagado de tropiezos.
Bernard Seynhaeve
Enfrentar el concepto de familia, propuesto desde el psicoanálisis, es obligarse a una mirada retrospectiva, pero ya no desde las leyes de quien escribe la historia mediante la reconstrucción explicativa de unos hechos, sino de quien se adentra en la sombra que desde siempre mueve la historia. Para el psicoanálisis, la familia es el lugar del goce primigenio del sujeto, de cuando el sujeto es objeto del deseo del Otro, de cuando su deseo lo es por el deseo y la falta, de cuando se le impone la ley a su cuerpo pulsional.
Se trata de un sujeto que se las tiene que ver con un mundo ahí, que pasa, mientras él, como sujeto, pasa por el mundo, en una compleja mezcla de un pasar de mundo y sujeto que el sujeto no comprende. Un pasar de mundo cargado de historia, en cuanto mundo simbólico, y un pasar de un sujeto que, mientras tanto, construye y es construido por su historia, la historia de su goce. Un pasar que, no obstante, es una eterna espera de algo que nunca habrá de venir, dado que nunca ha partido, un algo que lo habita desde el principio y que lo habitará hasta el fin, un algo que se constituye en impronta indeleble que le determinará su historia; es decir, el deseo insatisfecho y la falta, manifestaciones permanentes del inconsciente. En El Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, afirma Jacques Lacan:
La metáfora se sitúa en el inconsciente. Ahora bien, si hay algo verdaderamente sorprendente es que no se descubriera el inconsciente antes, dado que está ahí desde siempre, y por otra parte sigue estándolo. Sin duda, fue preciso saberlo en el interior para percatarse de que ese lugar existía. (2010, Pág. 181).
El sujeto, vale decir, todo sujeto, habita el mundo de la cultura, ese infinito entramado de signos y símbolos. Ahora bien, el mundo de la cultura atraviesa al sujeto en un no todo, y él mismo, como sujeto y sustancia gozante, también atraviesa el mundo de la cultura, llevado por la necesidad de justificar algún devenir en su existencia. Esto es, si existe el binomio cuerpo pulsional-cultura, es porque el sujeto habita una cultura que, gracias al nombre del padre, y de un modo u otro, le presta cierta seguridad y cierta certeza de ser alguien, alguna noción de sí, unos vestigios de alguna conciencia de sí, mediante una lenguaje inteligible o de clara semántica. Se trata de una cultura que, en su origen, hace referencia a la configuración de la familia, juego de vínculos portador de un poder, materializado en la ley, la ley de la madre y la ley del padre.
La ley de la madre y la ley del padre, en el sentido de poder y mediante el lenguaje, le ponen barreras y le abren ventanas al cuerpo pulsional, al cuerpo de goce. Según Lacan, la ley de la madre, "(…) está toda entera en el sujeto que la soporta, a saber, en el buen o el mal querer de la madre, la buena o la mala madre" (Pág. 194). Y se refiere al carácter del padre como portador de la ley, como interdictor del objeto que es la madre:
En otras palabras, el padre en tanto que es culturalmente el portador de la ley, el padre en tanto que está investido del significante del padre, interviene en el complejo de Edipo de una forma más concreta, más escalonada (…). En este nivel es donde resulta más difícil entender algo, cuando sin embargo nos dicen que aquí se encuentra la clave del Edipo, a saber, su salida. (Pág. 194)
En ese sentido, como nicho del lenguaje y el enigmático juego de vínculos y funciones portadores de un poder inquebrantable, la familia forma al sujeto y le demarca la senda que habrá de atravesar el mundo simbólico mientras vive. Por eso, impedido para borrar las marcas puestas en su cuerpo gozante por el poder de la lengua, el sujeto emprenderá la infructuosa tarea de alcanzar un lugar de definitivo acomodo en el mundo. Al respecto, en el texto Famulus, Miquel Bassols (2016) plantea:
El sujeto sigue siendo, sin embargo, igualmente siervo de la familia y de su discurso: "Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla". Y este "nos", subraya Lacan, debe entenderse como un complemento directo, en el sentido de que somos hablados por nuestra familia en esa trama de discursos que llamamos destino. (Pág. 8)
Se trata de cualquier sujeto, que es lo mismo a decir todos los sujetos en todas las culturas, aquel que viene y va a través de los intrincados senderos de la especie, y tan atormentado en la espera, que ha debido inventar la esperanza y le ha debido apostar a la razón, aunque termine perdiéndose en un marasmo de creencias o en la búsqueda inútil de una lógica que le conjure el desespero de esperar, que le despeje esa angustia insoportable, que le alivie ese dolor antiguo. Lacan (2010), a propósito de La metáfora paterna, recuerda que
Apenas llega el hombre a cualquier parte, construye una cárcel y un burdel, es decir, el lugar donde está verdaderamente el deseo, y espera algo, un mundo mejor, un mundo futuro, está ahí, vela, espera la revolución. Pero sobre todo, sobre todo, cuando llega a alguna parte, es muy importante que sus ocupaciones rezumen aburrimiento. Una ocupación sólo empieza a convertirse en seria cuando lo que la constituye, es decir, la regularidad, llega a ser perfectamente aburrida. (Pág. 182)
Al respecto, dice el psicoanálisis que la respuesta está en la sombra, justo allí donde los sentidos no alcanzan, donde se esfuma toda explicación y donde el lenguaje pierde toda significación convencional para convertirse en carne, hueso y tendón; allí donde la carne, el hueso y el tendón se hacen susurro, vaivén, onomatopeya… Es el lugar del goce, allí donde el cuerpo se hace palabra, una palabra envuelta en intuición y olvido… Jacques-Alain Miller (2007), en el texto Cosas de familia, dice:
Es decir, la familia es el lugar del Otro de la lengua y por eso es el lugar del Otro de la demanda: la familia traduce que la necesidad debe pasar por la demanda. O, lo que es lo mismo, la demanda debe pasar por la lengua, con los efectos traumáticos que eso tiene sobre las necesidades del ser humano – pues al pasar por la demanda se produce una desviación en las necesidades y éstas aparecen marcadas por una falta-. (Pág. 18)
Ya se ha dicho: enfrentar el concepto de familia, propuesto desde el psicoanálisis, es obligarse a una mirada retrospectiva. En cambio, más que retrospectiva, la mirada del sujeto debe dirigirse hacia su propia sombra, el lugar de la ley primigenia, codificada en un lenguaje hermético que, no obstante, acaso puede ser interpretado. Sin embargo, nada le garantiza al sujeto que su interpretación le ofrezca un mejor acomodo en el mundo y una mejor justificación de su existencia. A lo sumo, le puede permitir la comprensión del sentido, su propio sentido, el sentido de la ley que lo habita; un sentido que no es todo y que no lo es por el sinsentido del goce.
REFERENCIAS